Las palabras prestadas que se encuentran este blog han tenido un momento de gloria en mi vida, así haya sido efímero. El cuento que hoy nos convoca es uno de los que más me gusta, especialmente porque lo oí contado de manera maravillosa por Ricardo Cadavid, un cuentacuentos de la Universidad de los Andes en Bogotá, hace como 15 años. Dejo para ustedes un fragmento, el final. Y me parece estar viendo y oyendo a Cadavid contarlo una y otra vez...
El cuento es de Gabo, publicado en 'La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada', 1972
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Fue así como se hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y esas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió volverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que através de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a la distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera, si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron que mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes para que recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia donde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban
3 comments:
Interesante! Precisamente estoy haciendo un análisis semiótico sobre este cuento, es maravilloso. Qué piensas sobre los análisis, no crees que interrupen el disfrute de la lectura?
Hola Candy: los análisis son, para mí, un mal necesario. Son un juego en el que alguien trata de ubicarse en lamente del autor y ver cosas que el mismo debió haber visto. Así los veo yo. Y mientras sigan siendo un juego se les saca gusto hasta que cambian y terminan siendo una carga y se les pierde el placer.
Saludos, éxitos en el análisis
Hola. Qué tal candy, cómo estuvo ese análisis semiótico sobre el ahogado... Me da curiosidad. Saludos
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