Wednesday, March 11, 2009

¿Con o sin azúcar?

Este texto es un fragmento del artículo "Un viaje en alfombra mágica" que encontré en la revista National Geograhic Traveler de marzo de 2009. Al parecer ya había sido publicado en la Revista principal de National Geographic en mayo de 2007. La traducción es diferente entre las dos versiones. Transcribo la del texto impreso en marzo de 2009 y anexo el vínculo de la de 2007..

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A la siguiente tarde visito Capadocias, una tienda de alfombras de Sultanahmet. La tienda es dirigida por Alí Eroglu, cuya familia es de Capadocia, una región maravillosamente erosionada de Turquía central donde tienen una fábrica de alfombras. Algunos de los tapetes de Eroglu son nuevos, imitaciones de tapetes tradicionales hechos en la fábrica. Está orgulloso de su inventario y da la casualidad que una de sus alfombras empieza a decir mi nombre. Es el tapete más original que haya visto hasta ahora, una nueva versión de un antiguo tapete de dote, de Ushak en Turquía oriental. Probablemente no sea de origen islámico, describe un pueblo primitivo completo, con gente, casas, ganado, ovejas, aves, camellos, estanques y herramientas de labranza entretejidos con un sinnúmero de tinturas vegetales.

Eroglu dice que le encantan los tapetes de dote por encima de todos los demás. “La mujer joven que lo teje pone su corazón, su alma y sus sueños al hacerlo [me explica]. ‘¿Viviré en una granja?’, se pregunta. ‘¿En la ciudad? ¿Tendré hijos?’. Luego cuando llega a la edad adecuada para casarse, la familia cuelga el tapete frente a la casa como un anuncio. Los muchachos del pueblo lo miran para ver si los sueños de ellos y los de la muchacha coinciden. Estos pueden decir si la muchacha es animada y alegre o si es sosa. Todo está ahí en el tapete”.

Hace una pausa, sorbe un poco de té y le da una profunda chupada a su cigarrillo antes de continuar con el relato. “Si después de ver el tapete, un muchacho quiere casarse [prosigue Eroglu], él y sus progenitores van a la casa de la muchacha para hablar con los padres de ella, quien mientras tanto permanece en la cocina preparando café y escuchando en la puerta. Si los padres se entienden, el padre grita ‘¡Trae el café!’. La muchacha hace acto de presencia pero no debe hablar. Si a ella le gusta el muchacho, habrá puesto azúcar en el café que él va a tomar. Si no, su café estará muy amargo. Todos miran a la cara del muchacho cuando el toma el primer sorbo. Él está nervioso. La copa le tiembla en la mano contra el platillo. Si él desea muchísimo casarse con ella, aunque le haya tocado el café amargo sonríe como si se lo hubieran dado dulce”.